Comentario
El desarrollo del conocimiento de la civilización ibérica en general, lo que por sí sólo permite una nueva capacidad de interpretar su producción artística, ha ido acompañado de resultados directamente incidentes en el conocimiento del arte, gracias al descubrimiento de productos artísticos en excavaciones metódicas que facilitan su datación y franquean el camino a una interpretación adecuada.Por poner un ejemplo relevante, el soberbio conjunto escultórico de Porcuna, aunque empezó a ser conocido por rebuscas no científicas, puede ahora valorarse a partir de las excavaciones metódicas realizadas en el Cerrillo Blanco. Gracias a ellas se sabe que en una fecha cercana al año 400 a. C., una ingente masa de trozos de esculturas, destrozadas intencionadamente en mil pedazos cuando estaban todavía muy nuevas, fue cuidadosamente depositada en una gran fosa.
Son circunstancias que ayudan a interpretar el conjunto, al que cabe atribuir una alta significación, en la que no vamos a entrar ahora. Pero sólo en lo que se refiere a la cronología de las estatuas, se cuenta con el valioso "terminus ante quem" de la fecha de ocultación de los trozos, que conduce a una datación de las esculturas en el siglo V a. C.
Por razones de estilo y por conclusiones derivadas del análisis arqueológico de las esculturas -sobre todo por las armas de los guerreros- podría entrarse en puntualizaciones cronológicas que interesan a la historia del arte ibérico, y colegirse una fecha incluible en el primer cuarto del siglo, como he propuesto en alguna ocasión. El hecho es que en excavaciones posteriores, como la interesante necrópolis de Los Villares de Hoya Gonzalo (Chinchilla, Albacete), se descubren esculturas del tipo de los guerreros de Porcuna, en contextos cuidadosamente valorados desde el punto de vista arqueológico, y fechados a comienzos del siglo V a. C.
El monumento funerario de Pozo Moro, por referirme a otro monumento principal y fundamental para conocer a través suyo las más antiguas manifestaciones conocidas de la arquitectura y la escultura ibéricas, plantea bastantes problemas de significado y de ubicación cronológica; pero es un hecho el dato aportado durante la excavación científica de la necrópolis sobre la asociación del mausoleo a piezas bien datadas hacia el 500 a. C. El monumento estaba ya realizado con seguridad en esa fecha, y tiene, por tanto, esa antigüedad como mínimo. No faltan, sin embargo, argumentos para pensar en la posibilidad de que entonces fue reutilizado, y que se trata de una obra aún más antigua, como sugieren el estudio estilístico del monumento, en particular, y la evolución del arte ibérico y el de las culturas mediterráneas, en general.
El hecho es que tenemos la posibilidad de hablar con renovada firmeza de una importante producción escultórica en los siglos VI y V a. C. y de cuáles son las razones culturales profundas que hicieron posible esa producción, con lo que retomo un fenómeno con cuyo subrayado quiero cerrar este apartado: no sólo disponemos una serie estimable de datos con los que ordenar la producción artística, en el tiempo y en su significado inmediato, sino que alcanzamos la posibilidad de insertar su producción, y reflexionar sobre ella y su problemática, en el marco de las estructuras culturales que las hacen posible y les dan sentido.
Para ello, definir el tipo de cultura supone una plataforma previa desde la que alcanzar con facilidad los frutos de una visión nueva y enriquecedora de la producción artística. Y cuando se trata de las complejas producciones de lo que se entiende como arte mayor, nivel en el que sin duda se desenvuelve el arte ibérico, es imprescindible encontrar su justificación cultural. El arte superior ni se improvisa, ni surge como no sea por las exigencias que se originan en sociedades complejas, fundamentalmente las que han alcanzado el nivel de desarrollo urbano.